El turismo de lujo necesita tacto humano, SER humano – Islas Mauricio
¿El dinero da derecho a tratar mal a lxs empleadxs de un hotel o del sitio que sea? Esta es la pregunta que trato de responder en este post. Empecemos.
La Isla Mauricio es una isla en medio del Océano Índico, al «lado» de Madagascar, que también abraza las islas de San Brandón, Rodrigues o las islas Agalega, entre otras. Este rincón de mundo es, sin duda, uno de los paraísos que tenemos en la Tierra. Su economía se basa en dos grandes sectores: (1) la agricultura (sobre todo la caña de azúcar) y (2) el turismo, este mayoritariamente romántico –es destino típico de las lunas de miel- o de lujo. Y a este último es donde voy hoy, al turismo exclusivo, el de lujo.
Hace unos años tuve la gran suerte de pisar esta isla junto con parte de mi familia y como era un viaje único y mis tíos eran quienes decidieron llevarnos, lo hicimos a lo grande. Cuando digo a lo grande, me refiero que fuimos a uno de los hoteles donde más me ha explotado la cabeza. Y cuando digo «explotar la cabeza» es que me ha dejado atónita y sin palabras.
El confort, lujo o como quieras llamarlo sobrepasaba la capacidad que tenía de absorber todo aquello a mis 18 años. Para que me entiendas, me refiero a que para llegar a la habitación (esta casa amarilla), nos llevaban en carrito de golf desde la entrada del Resort cruzando un campo de golf y pistas de tennis. O, por poner otro ejemplo, esta era la piscina que veíamos desde la habitación, con vistas al Océano Índico y a la barrera de coral.

Habitación

Cama de la habitación del hotel

Piscina
Pero no estoy escribiendo esto para hacer un halago a la experiencia que pude vivir, a la calidad de las infraestructuras o al servicio que pudimos gozar, quiero ir un poco más allá.
Estando allí, nos rodeábamos de un entorno privilegiado con gente privilegiada de una «clase social alta». Y aquí quiero hacer el primer apunte: ¿por qué lo llamamos así? Para mi la «clase social» debería estar vinculada a la elegancia que tienes ante la vida, la ética con la que te mueves y la moral por la que te riges. Ya hemos visto cien mil casos de personajes de «clase social alta» más corruptxs que nadie, camufladxs en trajes, restaurantes de lujo y copas de Champagne en yates de lujo. El dinero no hace la educación ni la ética, no sé porqué hay este distintivo entre personas basado en la capacidad económica, qué gran tontería. Con dinero o sin dinero, puedes ser una persona maquiavélica o tremendamente buenacha.
Para mi la «clase social» debería estar vinculada a la elegancia que tienes ante la vida, la ética por la que te mueves y la moral por la que te riges.
Pero volvamos a la Isla Mauricio. La cuestión aquí es que en este pedazo de tierra en medio del paraíso, pude ver un contraste social muy marcado entre la población de las barriadas más alejadas de los hoteles, lxs propixs trabajadorxs del hotel y lxs huéspedes. Aunque he leído que últimamente el país ha prosperado económicamente, en el año 2007 las cosas estaban bastante desequilibradas (o quizás es que era realmente la primera vez que iba a un país tan exótico y tan lejos de mi casa). Pero aún me acuerdo que los andamios que usaban para construir casas eran ramas de árbol o que el material que tenían lxs alumnxs de infantil de un colegio… dejaba bastante que desear.
En el Resort donde nos hospedábamos, lógicamente había todo tipo de personas. Y siempre que viajo, me llaman la atención aquellas que destacan por su actitud ante situaciones. Y con esto me refiero tanto a las personas amables como también, y es donde voy, a las personas que piensan que por tener dinero pueden ser groseras. Sí, aquellas que alardean de tener un «status social alto» y que adoptan comportamientos distantes, cortantes, exigentes e impertinentes. Todas estas personas, a mis ojos, tienen su status humano por los suelos, completamente enterrado. ¿Qué sentido tiene? Ninguno.
Aún recuerdo que mientras un mediodía comíamos en uno de los restaurantes al aire libre del hotel, llegó un grupo de amigxs alborotados, con botellas de vino y de Champagne, cadenas de oro, pamelas enormes y vestidos de punta en blanco. Y no he visto un grupo de amigos tan desconsiderado con el personal del hotel y el servicio en mi vida. Tiraban las copas que les servían, gritaban a lxs camarerxs, exigían bebidas frías, se reían si alguien del personal se equivocaba en traer algo que no tocaba, hablaban sin ningún tipo de respeto a lxs trabajadorxs. En definitiva, menospreciaban con gestos la amabilidad de cada mauriciano. Grima absoluta. Sin comentar lo mal que me sentía yo al intentar ponerme en la piel de todxs lxs empleadxs, gente intentando sacarse un sueldo y que pondría la mano en el fuego que se sintieron mal y pisoteadxs.
Y aquí viene la reflexión en alto del post: ¿el dinero da derecho a tratar mal a lxs empleadxs de un hotel o del sitio que sea? Para mi la respuesta es obvia: NO, ¡claro que no! Y lo que retumba en mi cabeza es, ¿por qué hay personas que piensan que pueden hacerlo sin ton ni son, despilfarrando mala educación, orgullo y estupidez humana? Visto desde mis ojos, toda esta gente tienen una percepción del mundo penosa y triste, muy triste. No saben los momentos agradables que se están perdiendo. La riqueza no hace al ser humano mejor, lo que hace es facilitar las cosas. Y ya.
La riqueza no hace al ser humano mejor, lo que hace es facilitar las cosas.
Yo he tenido la suerte de nacer en una familia donde siempre han podido darme un plato de comida caliente -y más-. También he tenido la fortuna de que mi entorno -tanto el de la escuela, como el de la universidad y lxs amigxs de fuera-, es saludable y con valores que hoy agradezco tener inculcados.
Es básico tener siempre presente en qué burbuja vivimos y es nuestro deber -si vivimos en un lugar desarrollado económicamente y con oportunidades económicas y laborales-, saber amoldarnos a las situaciones, a las personas y circunstancias sin sobresaltar, ni rechistar ni tampoco dar paso a las tonterías humanas. El lujo es agradable y reconfortante, claro. Pero a veces va asociado a unos comportamientos poco empáticos, innecesarios, con quienes no pueden pagar el mismo plato de comida.
Yo misma me he hospedado y he vivido situaciones en lugares de ensueño, pero espero que nunca (¡nunca!) me caigan los anillos para dar las gracias a alguien que me ha ayudado aunque yo haya solicitado sus servicios (y sea la clienta, vaya). Tampoco a intentar poner las cosas fáciles a alguien que «trabaje para mi» o a intercambiar una sonrisa con la persona que me ha arreglado la cama o limpiado el baño. Esto no lo digo para quedar bien, lo he hecho en mi vida, lo hago y me funciona. He conocido a gente brutal que me ha regalado situaciones y momentos que no hubiera obtenido si no hubiéramos cruzado la «frontera social» tan inútil que hay puesta en la sociedad. Dasha, Luis, Carmen, Roy, Amaury, Lerissa, Abdul, Damaris, Susanth, Micaela y tantxs otrxs que nos hemos cruzado. Qué buen rato (!) pasamos juntxs.
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que es necesario que: